El sonido del silencio
se hizo hueco
en un instante mágico,
necesitaban ese espacio
para mirarse a los ojos,
que febriles despedían llamas
en fuegos inmensos.
La pasión
asomaba a los mares
del deseo.
Y las manos de él,
seguras,
conocedoras de su fisonomía,
auscultaron
la silueta de la noche,
que febril se deslizaba
entre almohadones tibios
de caricias perladas.
Y la noche temblaba
en los brazos del viento,
acomodada en jazmines
de besos largos e intensos.
Besos
que ella degustaba
con placer
por ser sus favoritos.
Y entre mirlos blancos
y nenúfares azules,
el viento y la noche
unen esencias,
desatando furias ardientes
a sotavento.
Coral Ruiz
Derechos Reservados
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